viernes, 23 de mayo de 2008

Mujer

Me tienen harta los hombres. Todos. También el que tengo en casa. Todos.

Últimamente, me despierto todos los días intentando averiguar cómo lo elegí. Cuando salgo de casa, camino al trabajo, y el tipo del kiosco de la esquina me dice ese “piropo” que, se supone, me debería agradar, me respondo que no hay dudas, que seguramente lo elegí por descarte.

El anterior, me pudrió también. Pero bueno, se jodió él. Porque de tanto jugar al buscaminas, terminó jugando al solitario.

Al subir al bondi, nunca, pero nunca, falta el idiota que te puntee. Y al pasar por una obra en construcción, o por un círculo de empresarios reunidos, conversando boludeces, tampoco se hace desear la grosería.

Sin embargo, solamente parecen poder expresar su admiración por un buen físico de manera ordinaria, y cuándo están en barra. Porque cuándo una está recontra caliente y tiene una cita, el tipo no encara nada.

Porque te respeta, ¡faltame el respeto carajo!

En la oficina, la mirada de todos mis compañeros se suicida por mi escote, abusan, no disimulan, me miran cómo si fuera una cosa.

Me tienen podrida los hombres. Harta. Todos.

Encima, hoy, los de la obra, no me dijeron nada.

domingo, 11 de mayo de 2008

Una propuesta indecente

De no haber sido porque tenía las mejores tetas que vi en mi vida, la hubiese mandado a la mierda.

La enferma me pidió algo que solamente a ella se le podía ocurrir:

- Quiero que me veas cogerme a un tipo.

Yo siempre insistía en que ella no debía ser ni la mitad de buena en la cama de lo que ella decía. Ella se decidió a demostrarme que estaba errado, aunque no de la manera que yo hubiera querido.

Estela estaba casada, pero se la pasaba jactando de sus hazañas sexuales y sus aventuras, yo no sabía si era una mentirosa, o si realmente era lo trola que decía ser.

Repito, la propuesta me pareció enfermiza, pero cuando me caliento me ablando, cual raviol pegado en olla, así que allá fui.

Cuando llegó el flaco, léase, el pata de bolsa, me metí en el placard del dormitorio, y desde allí me dispuse a disfrutar del show, a través de unas rendijas en una de sus puertas.

Estela era una fiera, lo mataba, no le daba respiro.

Quiso la mala suerte, que no escucharan el sonido de la puerta de calle, pero la buena quiso que sí escucharan el de la puerta de la heladera, el marido de Estela había llegado antes de tiempo, y se estaba sirviendo un vaso de agua.

Tuvo tanta suerte, el joven amante, que Estela prácticamente no lo había dejado ni desnudarse, con lo cual bastaron un par de movimientos, y el tipo estaba saliendo por la ventana del dormitorio.

Cuando el marido de Estela entró al cuarto del amor, era evidente que algo había pasado, la cama estaba toda revuelta, Estela estaba toda desnuda, y ante la sorpresa, le costaba disimular sus nervios. Además estaba agitada y con los cachetes colorados.

Él se dio cuenta de lo que había pasado minutos antes, y fue directo al placard a buscar al culpable.

Cuando abrió la puerta le dije:

- Yo no…

Él me interrumpió chistando, y sacando un revolver, con el mismo, me señaló la puerta, y me indicó que me fuera.

Yo no iba a discutir con un hombre armado, con lo cual, en veinte segundos estaba afuera.

Me paré en la puerta a respirar hondo, y escuché el tiro.

En camino a casa, dudé en varias ocasiones si llamar a la policía, pero ¿cómo explicaría mi situación ante ellos?¿me creerían?

Ante esta situación de incertidumbre, hice lo que suelo hacer: nada.

Me fui a casa y me acoracé en mi fortaleza, esperando que algún vecino hiciera la correspondiente denuncia.

Al día siguiente no pude ir al trabajo, ni al siguiente, ni los siguientes ocho. Llamé por teléfono y mentí.

Cuando por fin me reintegré a la empresa, se me congelaron las pelotas al verla. Estaba parada afuera, esperándome.

Rozagante, mejor que nunca, me dio un beso en la puerta, y me llevó a saludar a los compañeros que pensaban que yo estaba enfermo.

No mencionó nada del tema en los primeros minutos de trabajo, y peor, me miraba con esa mirada que me hacía cómplice de una situación que yo desconocía. Esperé que me hablara, pero no lo hizo.

No lo pude soportar, así que le pregunté que había pasado.

Me explicó que cuándo yo me fui, o mejor dicho, cuándo el marido me echo, forcejearon, y que finalmente el tiro fue a dar al abdomen de él.

Cómo no supo que hacer con el muerto, lo puso en un freezer horizontal que tenía en la casa, y siguió su vida.

Lo encontraron a los días y, por supuesto, le exigieron que explicara cómo podría estar allí su marido, sin que ella lo supiera.

Ella alegó que el marido se había ido a comprar cigarros, y nunca había vuelto. Que había creído que la había abandonado.

El oficial que la interrogaba le dijo que no lo tratara de idiota, y que ella debía explicar cómo podía tener un cadáver en el freezer, hace varios días, sin haberlo visto aún.

Ella afirmó que padece de dientes sensibles, y que los alimentos fríos le producían dolor, le explicó que el freezer, solamente lo utilizaba él.