lunes, 26 de enero de 2009

El dueño del quilombo

El Tano Carlevari es un tipo emprendedor.

A sus veintipico, el Tano puso el quilombo del pueblo, y a los pocos meses se compró la citroneta.

El Tano era un tipo respetado, y bastante querido en el pueblo, en cierta manera, el Tano ejercía un rol de protector de sus chicas, además de ser su empleador, y vivir gracias a sus lágrimas.

El quilombo creció, llegaron más chicas, un local más grande, y obviamente el confort de la citroneta pasó a ser insuficiente, así que, en menos de un año, el Tano se compró “la nave”, generando que más de cuatro vecinos del pueblo comentaran los turbios negociados en los que seguramente el Tano andaría metido.

Sin embargo, la esencia del Tano nunca cambió, siguió siendo el mismo protector, y fue justamente por eso que terminó preso.

Una madrugada, el Tano atropelló con la nave a un cliente que se portó mal.

El tipo, mamado, como de costumbre, se había ido al cuarto con Luly, pero Luly, no se llamaba así, sino que se llamaba Margarita, Luly era su nombre de fantasía, para laburar.

Ese día, al borracho Alfredo, se le había dado por saber el nombre real de Luly, así que forcejeó con ella en la habitación, le sacó la cartera, y de allí su cédula.

Margarita salió desnuda de la pieza, llorando, y atrás salió Alfredo. Cuando el Tano se enteró de los sucesos, salió del quilombo en la nave, siguió a Alfredo, y lo atropelló.

Porque cuándo se entrega el cuerpo, el sexo, y la dignidad, Margarita tenía derecho a reservarse para sí misma su identidad.

Su identidad, y los besos en la boca.