martes, 28 de abril de 2009

Nunca hay todos felices

La celebración era totalmente descontrol-anarco-caótica, el vino brotaba de las botellas cómo lava, pero fresco. La alegría también.

La mesa y la música eran los centros de la fiesta. Los festejantes eran satélites que orbitaban en un ocho imaginario alrededor de sus soles obscurecidos.

Sin embargo, la alegría no era total, porque nunca hay todos felices. Porque la cantidad de lágrimas del mundo es constante. Y por cada risa, hay un nudo en la garganta.

Y por culpa del salvaje canibalismo de la perdiz feliz.

domingo, 12 de abril de 2009

La cena

La chica estaba sentada a la mesa, de vestido. La carne tomaba calor en el horno, iba bien. El postre estaba listo desde el mediodía. Lo que faltaba era el vino.

El vino lo iba a traer Raúl, el invitado. Raúl es un flaco que Tatiana conoció en un cumpleaños de una compañera de trabajo, de una cayó en gracia y ese día se fueron juntos.

Ahora sonaba el celular, era Raúl, dice que se le complicó en el laburo, que perdone, que no iba a poder ir hoy. Todo bien. Dale. Beso. La reputísima madre que te parió.

El celular vuelve a sonar. Era Ernesto. Ernesto labura con Tatiana. Siempre le quiso entrar, pero Tatiana siempre buscó maneras para evitar complicaciones. Hoy no. Hoy complica sin pensar.

Dice Ernesto que la llamaba para saludarla, y para ver qué iba a hacer el fin de semana. Dice Tatiana que se venga. Le pide que traiga un vinito, que ella apronta rápido algo para comer.

Pasa apenas media hora y el timbre avisa. Se pudre todo. No era Ernesto. Era Raúl. Dice que era un chiste lo de que no iba a poder ir. Le parece gracioso.

Tatiana lo hace pasar y le ofrece algo de tomar, le dice que está un poco incómoda. Que le de unos minutos que se va a cambiar de ropa. Hace cara de “no preguntes”.

Adentro del dormitorio llama a Patricia, Patricia es amiga de Tatiana, vive cerca de Ernesto y lo conoce. Le explica lo que pasó y le pide que, por favor, lo pase a buscar y que vayan juntos a la cena.

Le dice que Raúl trajo un vino y que Ernesto quedó en llevar otro. Le pide que lleve uno más.

lunes, 6 de abril de 2009

Partido

Estamos sentados mirando el mar, ella mira el mar, yo la miro a ella. Quiero que pasen cosas. Cosas chanchas. La beso y la intento tocar. Se hace la difícil, me corre las manos. Igual intento tocarla con el antebrazo, a ver si afloja.

Soy el delantero estrella de la noche, me enfrento al último defensa que no dejé mareado en la cancha, la piso, me agarra de la camiseta, la muevo cómo nunca, le pego un codazo cortito, el árbitro no me ve. Lo dejo parado.

La nena no afloja. Tiene carácter. Me saca también el antebrazo. Me revolea los ojos a modo reprobatorio. Me disgusta. Pongo el freno.

El arquero me mira desafiante, ya dejé a todo el cuadro atrás, tengo un compañero para darle el gol pero elijo hacerlo yo, la tiro suave, a colocar. El guardameta casi ni se inmuta. Abraza la pelota. Saca rápido.

Me pide que pare, dice que estoy siempre pensando en eso. Que basta. Que si no me doy cuenta que no. ¿Que no qué?; Que no. Dice que prefiere que volvamos, que no se siente bien.

La pelota vuela por la mitad de la cancha sin que la podamos frenar, ahora soy medio campista y la veo pasar. Los tipos tocan y tocan, no hay marca y no podemos cortar los pases.

Le pregunto qué le pasa, que si era algo que podíamos arreglar no teníamos porque sufrirlo así. Me dice que no soy yo, que es ella. Dice que apareció otro pibe, que piensa demasiado en él. Que todavía no pasó nada, pero que lo piensa mucho y que le parece que no corresponde. Dice que quiere vivirlo, dice que no dice más.

Estoy parado al frente del arco, las manos transpiran debajo de los guantes, el delantero del otro cuadro corre a toda velocidad hacia mí. Los defensas están tomando mate y jugando a las cartas en el bar de la esquina. El delantero estrella, suelta un cañonazo a una punta. Termino tirado adentro del arco. La pelota rompe la red.

Otro partido. Cero a cero y pelota al medio. La moneda vuelve a girar.