Escuché al amor.
Nunca había sentido algo semejante, jamás percibí algo tan puro, puro y prendido fuego a la vez.
Duró menos que un segundo, mucho menos, y quedé rogando al cielo que me diera la oportunidad de volverlo a escuchar, oportunidad que por el momento el reino de dios no me ha brindado.
Haber tenido la ocasión de escucharlo tan de cerca me llenó de paz, emoción y ternura. No pretendo exigir oírlo otra vez, pero sí aseguro que voy a hacer mi mejor esfuerzo por sentir aunque sea una sola vez más su candor.
La situación fue mágica, las miradas cruzadas, entre ingenuas y lujuriosas, la inocencia, el contexto, la luz, lo impulsivo del acto, lo tiernamente torpe de su ejecución.
En el momento pude notar que todos los privilegiados espectadores habíamos desaparecido para la pareja de enamorados, y allí se entregaron a ese beso que me impactó profundamente, y nos regalaron sin querer, ese conjunto de imágenes pegaditas una atrás de la otra, y ese sonido final que se convirtió en el broche de oro de un momento sin igual.
Este hecho ocurrió en facultad de ingeniería hace dos años y tres meses, durante una clase, con más de cien almas por testigo, ocurrió hace dos años y tres meses y el sonido del choque de los lentes de los nerds me ha quedado grabado en la mente hasta hoy.
Crítica (sin spoilers) de Oppenheimer
Hace 1 año
1 comentario:
Ahhh... los múltiples ruiditos del amor!
Publicar un comentario