miércoles, 14 de febrero de 2007

Te vi chat.

Me llamó la atención su primer frase, y con la segunda me termino de seducir.

“Estudio hingeniería. Soy una nenita inosente y estoy muy aburrida, acepto tu propuesta”

Justamente esa noche encontraba me oscilando entre los pastores que promocionaban su nuevo jabón multipropósito (sana hemorroides y caries, se recomienda comprar el nuevo pack conteniendo dos jabones) y el nuevo boom: TV Chat.

Obviamente no fue casual que respondiera tal mensaje, mi apetito sexual crecía hace semanas debido a la ausencia de compañeras de catre, a la permanente exposición a las tentaciones disfrazadas de niñas maquilladas y producidas que ofrecía mi pasaje de dos semanas por la facultad de economía y a su firme negativa a todas mis propuestas.

De manera que comencé con esta chica una seguidilla de mensajes de texto vía celular, a medida que pasaban los mensajes empecé a notar que era inminente una salida para conocernos y concretar todo lo que habíamos prometido hacernos.

Así fue que acredité otra tarjeta y concerté la cita a ciegas.

En las horas siguientes, cuando bajó un poco la presión, asumí que seguramente esta nueva amiga no sería un monumento, así como también comencé a presentir que tampoco tendría el rostro de muñeca que imaginé en los veinte minutos posteriores al intercambio de mensajes. Pero yo tampoco soy un Adonis y había algo en mí (cuerpo) que me invitaba a continuar con el plan.

Cambiamos la promesa de encuentro por realidad a pocos metros del primer bar que nos albergaría. Yo soy muy pícaro y enseguida supe que con algunas bebidas espirituosas todo sería más directo.

La doncella resultó cubrir suficientemente mis segundas expectativas, sin llegar a parecerse a las primeras.

La charla fue trabada, no teníamos mucho de que hablar, ni compartíamos la mitad más muchos de nuestros intereses. Además no tenía el voltaje de los mensajes que habíamos intercambiado, quizás a causa de los nervios o la timidez que nos generaba el momento. Pero allí estábamos.

En determinado momento noté que sus manos se movían por debajo de la mesa, como frotando con pequeños movimientos su regazo, o, lo que era para mi aún mas provocador, su entrepierna.

Los misteriosos movimientos continuaron durante varios minutos, luego paraba y volvía a hacerlos, como si su deseo fuera ingobernable. Decidí que, de continuar en esa postura, debería llevarla inmediatamente a otro sitio, para saciar su sed y la mía a base de pura lujuria.

Así que me paré para ir al baño antes de proponer el cambio de ambiente, para ir a un lugar donde “podamos estar solos”.

Cuando regresaba del baño, decidí hacerlo por detrás de ella, para intentar ver como trabajaban sus manos sin que ella notara mi presencia. De esta manera descubrí la humillante realidad: sus dedos y su Nokia disparaban mensajes de texto a una velocidad hasta ese momento desconocida por mi.

Me senté del otro lado de la mesa y le dí una cachetada de esas que dejan marcados los dedos con pequeños derrames de color un poco más rojo que la tonalidad de la piel.

Me paré llorando de la mesa y me fui, caminando hacia mi casa iba yo: el cornudo de los 160 caracteres.

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