miércoles, 28 de febrero de 2007

El Navegante Autodidacta

Era verdad, estaba completamente arruinado. Si bien nunca había sido multimillonario esta vez realmente sentía la pobreza.

Así que lo decidí, me iría a probar suerte a Europa, confiaba que el continente de mis abuelos me daría lo que merecía a cambio de mis seis horas de trabajo.

Como no contaba con el dinero suficiente para hacerlo sencillo (pasaporte, pasajes aéreos) la hice difícil, así fue que construí la balsa que me llevaría a la meca, puse en la mochila los utilitarios necesarios para la travesía y una muda de ropa elegante para vestir en mi llegada a la costa del viejo continente.

Agarré Paullier y bajé hasta la playa Ramírez, no sin antes despedirme de mi adorada Facultad de Ingeniería. Llegué a la playa favorita de los umbandistas minutos antes de las 7:00 AM con mi balsa bajo el brazo.

Por suerte era un plato, no había viento, ideal para comenzar con un buen avance.

Mi mochila contenía lo necesario: alimentos, chocolates, revistas Hustler y papel higiénico.

Mis leves conocimientos de mecánica de los fluidos lograron que la balsa al ser apoyada sobre el agua flotara de manera casi perfecta, incluso conmigo sentado sobre ella. Las primeras horas de travesía fueron muy buenas, con poco esfuerzo y ayudado por las estampas de Iemanjá que llevaba en mi bolsillo trasero logré tocar aguas internacionales.

Ya fuera de Uruguay y más allá de los recuerdos que me tiraban al paisito (canciones de Rada, la murga, el mate, las llamadas, el ring raje, el ring tone con la canción de Rada) continué con tesón mi ruta.

¿Mi ruta? Me pregunte mientras escribía la última frase en mi bitácora. Recordé que no había llevado mapa, ni brújula, ni pilas para el GPS, ni GPS.

Así que saqué de la mochila el tramontina que había llevado para cortar el chocolate y dibujé de memoria el mapamundi sobre la balsa, atravesé el océano con una línea casi recta entre mis orillas origen-destino.

Como si los dioses se hubieran apiadado de mi mucho mas pronto de lo esperado divisé maravillado la orilla europea. Mas cerca de la orilla descubrí que no era Europa, se trataba de una isla virgen cercana al Uruguay. Yo era su descubridor, colonizador, propietario e ainda mais, solamente era hora de obtener las armas para destruir a los indígenas que allí habitaban, de última algunos tipos que se pasean en bolas con plumas en la cabeza no podían ofrecer demasiada resistencia.

Pero en pocos días en la isla me enamoré, fue un flechazo, no lo que me enamoró, sino lo que me atravesó la pierna, me enamoré de una bella indiecita a la que decidí no matar, algún mestizo no iba a venirle mal a mi isla. Al hijo de puta que me flechó lo maté con el tramontina del chocolate, además le clavé la flecha que previamente él me había tirado, como me dio un poco de pena pincharlo nuevamente aproveché un orificio que ya tenía de nacimiento. Con la indiecita aproveché lo mismo.

Luego me enteré que de haber seguido los canales establecidos de navegación nunca hubiera llegado a la isla, las ventajas del navegante autodidacta.

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